Ponente:
Nubia Piqueras Grosso
Panamá,
15 de agosto de 2020
E |
n
medio de millones de infectados y muertos por la Covid-19, una noticia llenó de
esperanzas esta semana a la humanidad, el anuncio hecho por el presidente ruso,
Vladimir Putin, que científicos de su país registraron ante las autoridades
pertinentes de la nación europea la primera vacuna del mundo contra esta
enfermedad altamente contagiosa.
Habana
logró su registro en 2008 en el Centro para el Control Estatal de Medicamentos,
Equipos y Dispositivos Médicos (CECMED) de Cuba; incluso los resultados registrados
desde 2011 fueron tan alentadores, que el Instituto Roswell Park de Nueva York,
Estados Unidos, para el tratamiento del cáncer se sumó al proyecto y colaboró
con el desarrollo e investigación de la vacuna cubana.
Por otro lado, consideró importante el
descubrimiento de la secuencia del virus, realizado por los científicos chinos,
pues permitió el desarrollo de varios candidatos, de hecho, tres días después
de ese suceso, Moderna ya tenía una posible vacuna.
ENSAYOS EN PANAMÁ
Tras estos buenos augurios, gran expectativa
genera aquí el anuncio de que a mediados de agosto Panamá iniciará el estudio
de fase uno de una vacuna de ácido ribonucleico contra la Covid-19 que
desarrolla una compañía biotecnológica en Alemania.
Pero, esto solo ocurrirá después de ser
aprobado por la Dirección General de Salud, el Comité de Bioética y las
autoridades regulatorias del país, aseguró Ortega Barría.
Precisó que, una vez concluida esta etapa, se
activará en septiembre la fase dos de ensayos clínicos, donde se evaluará la
seguridad del candidato vacunal y su respuesta inmune.
Señaló que los estudios se realizarán en el
Instituto de Investigaciones Científicas y Servicios de Alta Tecnología de
Panamá (Indicasat), el cual fue seleccionado como el centro de referencia para
realizar estas pruebas de laboratorio en colaboración con la compañía
biotecnológica y farmacéutica.
“Estamos a pocas semanas de comenzar las
pruebas y los estudios que abrirán las puertas para traer otros proyectos más
grandes de fase tres, los cuales son los encargados de valorar la eficacia de
las vacunas, y si funciona el producto podría impactar en la evolución de la
pandemia en el país”, apuntó Ortega Barría.
El también especialista en Medicina Tropical
y Parasitología se refirió al proyecto previsto para octubre venidero con la
OMS, la cual todavía no ha definido la vacuna que será probada en la nación
istmeña a partir del portafolio con el que trabaja esa organización de Naciones
Unidas.
Señaló que, a través de este grupo, el
Ministerio de Salud y Cancillería se realizaron contactos con al menos cinco
compañías en Estados Unidos, Europa y Asia, pues el objetivo final es ayudar a
producir una vacuna para el mundo a partir de la participación de panameños en
los estudios de fase tres.
Al respecto, dijo que esto facilitará que
algunas de esas vacunas puedan utilizarse en el país una vez que sean licenciadas,
proceso que a su juicio solo será posible en 2021.
“En 2020 vamos a tener al menos dos vacunas
de ácido ribonucleico y una o dos de vectores virales, las cuales estarán
aprobadas, pero no licenciadas. Eso quiere decir que podrán ser utilizadas en
caso de urgencia y en el grupo de personas en las que fueron investigadas”,
afirmó.
Sobre el tema, el infectólogo Ortega Barría indicó
que la OMS estableció que en la primera etapa la vacuna contra la Covid-19
estará dirigida a los trabajadores de la salud, los cuales representan cerca
del uno por ciento de la población mundial, los adultos mayores de 65 años
(ocho por ciento) y las personas que padecen de algún tipo de enfermedad (15
por ciento).
Pero, una vez que existe el producto, ¿qué
papel juegan las farmacéuticas?, ¿qué representa esta industria en las ganancias
de los laboratorios?, estas y otras interrogantes trataremos de responderlas en
la segunda parte de la exposición.
EL NEGOCIO MULTIMILLONARIO DE ENFERMARSE
A finales de los años 70 del pasado siglo,
Henry Gadsden, presidente ejecutivo de Merck, una de las grandes compañías
farmacéuticas mundiales aseguró que si tomar fármacos fuera tan cotidiano como
masticar chicle, entonces podrían medicar la vida moderna.
Esta
imagen ilustra muy bien el negocio de la salud y de la industria farmacéutica,
el tercer sector de la economía en el mundo (no olvidar que este mercado es de
1,3 millones de millones de dólares), detrás del armamento y el narcotráfico,
al punto que en Estados Unidos sus beneficios son cuatro veces superiores al
del resto de los sectores industriales.
Pero, ¿cómo ejercen su poder en el mundo? Primero, sobre los legisladores
para promover o bloquear leyes, y segundo, sobre organizaciones y entidades
internacionales para que apliquen sus derechos de exclusividad en medicamentos
esenciales que podrían salvar millones de vidas si tuvieran un precio
asequible, refieren expertos en la materia.
Este
es el caso del multimillonario estadounidense John C. Martin, expresidente
ejecutivo (2016-2018) y director general (1996-2016) de la compañía Gilead
Sciences, quien ganó 180 millones de dólares cuando en 2014 anunció que la
agencia de Administración de Alimentos y Medicamentos del gobierno de Estados
Unidos aprobó su fármaco sofosbuvir.
Para
entonces el precio del medicamento, utilizado en el tratamiento de la hepatitis
C, fue de más de 80 mil dólares, cuando el costo de producción osciló entre 68
y 136 dólares.
Sin
embargo, la mayoría de los millones de afectados por la enfermedad son pobres
que por su condición no tienen acceso al fármaco.
Pero, lo peor es que las prácticas reiteradas de la industria
farmacéutica: extorsión, soborno, ocultamiento de información, fraude,
malversación de fondos, falsificación de testimonios, compra de profesionales
sanitarios, manipulación y distorsión de los resultados investigativos, entre
otras, desembocan en la muerte.
Algunas estadísticas reflejan que en los países ricos, las enfermedades
causadas por el consumo indiscrimado de medicamentos o con calidad dudosa son
ya la tercera causa de fallecimiento, luego del infarto y el cáncer.
Lo
cierto es que la industria farmacéutica dedica enormes recursos a influir en
los grandes medios de comunicación con la complicidad de expertos retribuidos
directa o indirectamente por las compañías, al tiempo que muchas veces exageran
los supuestos efectos beneficiosos de sus productos, ante los reguladores y
profesionales de la medicina.
Y en
medio de este contexto emergen los intereses de grandes farmacéuticas como
Novartis, Roche, Pfizer, Astrazeneca, Roche y Johnson & Johnson, entre
otras, que pugnan con nuevas compañías de la biotecnología como Gilead
Sciences, Inc para frenar a la Covid-19.
Con
una capitalización cercana a los 100 mil millones de dólares, Gilead era una
desconocida para el gran público hasta que su fármaco Remdesivir saltó a los
titulares en medio de la pandemia y disparó la cotización de este fármaco de 65
dólares a comienzos de 2020 a 83 dólares.
La
compañía, fundada en 1987, es hoy un referente en el desarrollo de medicamentos
antirretrovirales para tratar pacientes infectados con VIH, hepatitis B o
influenza; mientras que la centenaria Abbott, un laboratorio estadounidense que
seduce a los expertos, tiene una capitalización bursátil de 170 mil millones de
dólares, tras revalorizarse un 10 por ciento.
Por
su parte, la farmacéutica suiza Roche anunció recientemente que desarrolló una
prueba de anticuerpos para la Covid-19, lo que disparó las acciones de la firma
en cerca de un dos por ciento, en tanto facturó 57 mil 300 millones de euros y
logró un beneficio de 13 mil 146 millones de euros durante el 2019, según
reportes de medios de prensa.
En
esta lista de compañías farmacéuticas altamente lucrativas hay otras como
Translate Bio, a la búsqueda de una cura eficaz gracias a los genes; Akers
Biosciences, la firma que se disparó un 344 por ciento tras anunciar un avance
en el camino hacia la vacuna de la Covid-19 cuando junto a Premas Biotech
consiguió clonar con éxito todos los antígenos del coronavirus que fueron
seleccionados como candidatos a la creación de una vacuna.
También aparece la francesa Sanofi, responsable de producir la
hidroxicloroquina, que en su guerra contra la pandemia y por encontrar una
vacuna se alió con otras firmas como Translate Bio o el también gigante
británico GSK.
Se
suman, además, la estadounidense Pfizer, que ataca a la Covid-19 desde
diferentes ángulos, entre ellos con un inyectable gracias a la alianza con la
empresa alemana BioNTech.
Novacyt, una pequeña empresa a la que la crisis sanitaria provocada por
la pandemia catapultó en la Bolsa con el anunció de un test molecular para
diagnosticar el nuevo coronavirus y la española Grifols, especializada en la
producción de hemoderivados, trata de competir con un plasma anticoronavirus
para pacientes curados.
Llama la atención que algunas de estas firmas han vuelto a respirar
gracias a la pandemia, pues las estadísticas reflejan pérdidas económicas y
déficits acumulados durante años.
Es
el caso de Akers Biosciences, cuyos ingresos cayeron un cinco por ciento en
2019; sin embargo, este año ya acumula una subida del 30 por ciento.
Sin
lugar a dudas, las cifras reflejan que el negocio de la salud es uno de los más
lucrativos del mundo, al punto que en medio de esta pandemia las compañías
farmacéuticas incrementaron sus arcas y hasta superaron las malas rachas
financieras.
Tanto es así, que las corporaciones estadounidenses no solo recibieron
más de ocho mil 300 millones de dólares para el desarrollo de la vacuna contra
el nuevo coronavirus, sino que poseen la autoridad de establecer el precio y
determinar su distribución, de manera que sus intereses comerciales están por
encima de las prioridades de salud de las personas.
Sin
embargo, la vacuna rusa Sputnik V es hoy la piedra en el zapato, pues tras su
anuncio inmediatamente llegaron pedidos por mil millones de dosis procedentes
de 20 países y con ello la caída de las acciones de Pfizer (0,8 por ciento),
Novavax (7,7 por ciento) y Moderna (2,5 por ciento).
Vale
destacar que las tres corporaciones están incluidas en la lista de la
Organización Mundial de la Salud como creadores de una vacuna contra la
Covid-19 que está en fase tres de ensayos clínicos, en la que se evalúa la
seguridad y eficacia del producto.
Por
lo pronto, los rusos anunciaron que empezarán la vacunación voluntaria masiva a
partir del 1 de octubre venidero, mientras que medios de prensa revelaron que
la vacuna creada por la corporación Moderna no estará lista antes del 3 de
noviembre como espera el presidente estadounidense, Donald Trump, sino para
inicios de 2021.
Sin
dudas, una mala jugada para los intereses de Trump en su afán de reelección en
medio de una desastrosa política de enfrentamiento a la pandemia como
experesaron algunos expertos de la nación norteña.
De
acuerdo con Gerald Posner Pharmas, autor del libro Farmacias, mentiras codiciosas
y el envenenamiento de América, “las corporaciones farmacéuticas perciben el
COVID-19 como una oportunidad de negocios que se presenta solamente una vez en
la vida.
“Esta pandemia global tiene el potencial de un bombazo para la industria
en términos de venta y ganancias. Mientras peor se pone la pandemia, más altas
serán las ganancias”, realidad que dista mucho del juramento hipocrático de los
médicos, donde la salud y la vida del enfermo son la principal preocupación.
CLAVES: COLABORACIÓN, PRIORIDAD Y SOLIDARIDAD
Lo expuesto hasta aquí me conduce a algunas conclusiones,
la primera de las cuales definió claramente el canciller cubano Bruno Rodríguez
Parrilla, cuando dijo recientemente: “La dimensión de la actual crisis generada
por la Covid-19 nos obliga a cooperar, incluso reconociendo diferencias
políticas.”
Al entender, no justificar, el escenario
actual de la industria farmacéutica, vemos que está asentada en países élites
del llamado primerísimo mundo, donde logran integrar la cadena investigación-desarrollo-producción,
porque cuentan con el recurso humano altamente calificado, la tecnología
moderna y el resto de la logística necesaria.
Pero, no estamos hablando de una fatalidad
geográfica, pues si existe la voluntad política de los gobiernos y una
estrategia de desarrollo bien definida, los países considerados tercermundistas
también son capaces de lograr resultados en esta materia e independizarse en
alguna medida de la dictadura del mercado de las grandes transnacionales de los
medicamentos.
El ejemplo que tengo a mano es mi país, Cuba,
que desarrolla vacunas y por su condición de nación bloqueada debió desde antes
de esta pandemia producir sus propios fármacos y medios diagnósticos con
resultados exitosos.
Sin embargo, al analizar a Panamá, no creo
que sea un sueño aspirar a resultados similares, pues el Instituto Conmemorativo
Gorgas de Estudios de la Salud, junto al Instituto de Investigaciones
Científicas y Servicios de Alta Tecnología mostraron hasta el momento aportes
importantes durante la pandemia, a pesar de que apenas recibieron apoyo
financiero para su desarrollo.
El país que como enseñanza de la Covid-19 no
decida poner el modelo de salud pública en los primeros lugares del desarrollo,
estará condenado a volver a sufrir las consecuencias deplorables de una crisis
sanitaria similar a la que vemos en los peores ejemplos de nuestro continente,
donde los sistemas de salud colapsaron o mostraron sus grandes ineficiencias y
carencias.
Solo políticas públicas y sanitarias bien
definidas construirán un muro sólido para enfrentar situaciones similares que
objetivamente podrían ocurrir, por tanto, los recursos para la atención deberán
estar al mismo nivel que el estímulo para la ciencia, investigación y
desarrollo relacionado con la vida humana.
La ponencia que les presento deja explícita también
la necesidad de la cooperación científica para obtener más y mejores resultados.
Algunas transnacionales y centros académicos de Estados Unidos y Reino Unido lo
hicieron con el proceso de la vacuna contra la Covid-19, mientras que China y
Rusia lograron la interacción de centros nacionales de investigación y producción
de medicamentos y vacunas con terceros países.
Muchas veces escuchamos decir que la mejor
vacuna contra la Covid-19 es la solidaridad. Proféticas palabras, porque como
una vez expresó el líder cubano Fidel Castro, “quien no sea capaz de luchar por
otros, no será nunca suficientemente capaz de luchar por sí mismo”.
Muchas gracias.